La inundación
Cierta vez don Juan, el zorro, se había echado a dormir la siesta a la sombra de un sauzal, frente al río. Se despertó y quedó pasmado. Se veía la creciente con toda su furia. El río desbordado lo había dejado en un pedacito de tierra. El agua lo rodeaba por todas partes. La inundación lo agarró dormido, sorpresivamente.
Y estaba don Juan, rodeado de agua, mirando el “camalotaje” que pasaba flotando.
-Ojalá -decía-apareciera un alma caritativa que me sacara de este aprieto.
Así estaba pensando cuando vio asomar agua bajo los ojos y la punta del hocico de un yacaré.
-¡Epa, amigo!-le dijo- ¿Por qué no me da una manito? Aunque no sé quién es usted-
Entonces el yacaré sacó la cabeza y le contestó:
-José Paredes, mi amigo.
-¡Ah don José Paredes!- dijo el zorro -¡Correntino bravo! ¿Por qué no me sacas de este aprieto?
El yacaré se acercó al islote donde estaba don Juan y le dijo:
-Subí, amigo, en mi lomo, que te llevo a tierra firme.
Pero en realidad, la intención del yacaré era ahogar al zorro para después comérselo.
Don Juan pegó un brinco sobre el lomo del yacaré y éste empezó a nadar a flor de agua. Iban así, callados, hasta que el zorro se dio cuenta de que el yacaré se hundía poquito a poco, y cuando sintió que el agua le mojaba las caderas dijo:
– ¡Ah, don Juan Paredes! ¡Con razón mi hermana te quiere tanto!
El yacaré, que no esperaba esta declaración, le dijo:
-¿Tu hermana?
-Si, mi hermana-le contestó don Juan.
-¡Y está linda tu hermana! -dijo el yacaré. Y después, como haciéndose el distraído, volvió a preguntarle:
–¿Y qué dice tu hermana de mi?
-Ah-contestó enseguida el zorro- , siempre me sabe decir:
“Este don Juan Paredes, mozo lindo, ojitos brillantes, dientes de marfil, que sabe enlazar y que, va por el río, parece una embarcación”.
El yacaré empezó a hincharse de orgullo y cuanto más se hinchaba, más flotaba y más salía a flor del agua.
-¡Ajá! ¡Qué bueno!… ¿Y eso te comenta? ¡Qué bueno!
Y ya no cabía en su propio cuero de tan hinchado que iba el vanidoso yacaré, mientras el zorro, lo más orondo en el lomo, ya ni se mojaba las patas. A esta altura de la conversación, don Juan vio que se encontraba muy cerca de la costa y, calculando la distancia, pegó un salto.
Don José Paredes tan asombrado estaba que se desinfló de golpe y se hundió en el agua hasta dejar solamente la cabeza afuera.
Mientras tanto, don Juan, en la orilla, se reía a no más poder.
-¡Qué va a decir eso de vos, mi hermana, viejo pavo y vanidoso!- le gritó desde lo seco-. Dice, si, que tenés los ojos legañosos, los dientes de perro, la cola de serrucho, las patas chuecas, y que cuando vas por el río parecés un tronco que se lleva el agua.
Y se fue tranquilo, con las orejitas paradas, la cola esponjada de gusto y riendo de su diablura que lo ayudó a salvar el pellejo.
Mientras tanto, el pobre yacaré se hundía para esconder su vergüenza ante la astucia de don Juan.
Cuento folclórico argentino.
LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS
Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgando como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en las puntas de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentina, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
–Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
–¡Tan tan! –pegaron con las patas.
–¿Quién es? –respondió el almacenero.
–Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
–No, no hay –contestó el almacenero–. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
–¡Tan tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
–¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿Quiénes son?
–Somos los flamencos –respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
–Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron entonces a otro almacén.
–¡Tan tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
–¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse enseguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
–¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
–¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirle las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
–¡Con mucho gusto! – respondió la lechuza.– Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víbora de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
–Aquí están las medias –les dijo la lechuza. – No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral, como medias, metiendo las patas dentro de los cueros que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos, únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también, tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las víboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron enseguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. Enseguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la orilla del Paraná.
–¡No son medias! –gritaron las víboras. -¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víbora de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola ala. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaban las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordían también las patas, para que se murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de su traje de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido, eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven enseguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.
Horacio Quiroga
(Uruguayo)
UN ESPAÑOL EN APUROS
Un español, que ha pasado muchos anos en Estados Unidos lidiando infructuosamente con el ingles, decide irse a México porque allá se habla español, como es como todo mundo sabe, lo cómodo y natural. En seguida se lleva una sorpresa. En el desayuno le ofrecen bolillos. Será una especialidad mexicana? Son humildes panecillos, que no hay que confundir con las teleras, y aun debe uno saber que en Guadalajara los llaman virotes y en Veracruz cojinillos.
Al salir a la calle tiene que decidir si toma un camión (el camión es el ómnibus, la guagua de Puerto Rico y Cuba), o si llama a un ruletero (el ruletero es el taxista, que en verdad suela dar mas vueltas que una ruleta). A no ser que le ofrezcan amistosamente un aventoncito (un empujoncito), que es una manera cordial de acercarlo al punto de destino (una colita en Venezuela, un pon en Puerto Rico). Si quiere limpiar los zapatos debe llamar a un bolero, que se los va a bolear en un santiamén. Llama por teléfono y apenas descuelgan el auricular, oye: “Bueno”, lo cual parece una aprobación apresurada. Pasea por la ciudad, y le llaman la atención letreros diversos: “Se renta”, por todas partes (le recuerda el ingles to rent, y piensa que deben ser locales o casas que se alquilan); “Ventas al mayoreo y menudeo” (lo del mayoreo se entiende, pero le resulta extraño). “Ricas botanas todos los días” (lo que en España llaman tapas, en la Argentina ingredientes y en Venezuela pasapalos). Ve establecimientos llamados tlapalerías (especie de ferreterías, misceláneas (pequeñas tiendas o quincallerias) y atractivas rosticerías (conocía les rostiseries del francés, pero no las rosticerías del italiano). Y un cartel muy enigmático: “Prohibido a los materialistas estacionar en lo absoluto” (los materialistas, a los que se prohibía de manera absoluta estacionarse allí, son en ese caso los
camiones o los chóferes que acarrean materiales de construcción). Le dice al conductor que lo lleve al hotel, y le contesta:
–Luego, señor.
–¡Como luego! Ahora mismo.
– Si, luego, luego.
Esta a punto de estallar, pero le han recomendado prudencia. Después comprenderá que luego
significa al instante, le han ponderado la exquisita cortesía mejicana y tiene ocasión de comprobarlo. ¿Le gusta la paella?
– ¡Claro que si! La duda ofende.
– Pos si no tiene inconveniente, comemos una en la casa de usted. No podía tener inconveniente, pero le sorprendía que los demás se convidaran tan sueltos de cuerpo. Encargo en su hotel una soberbia paella y se sentó a esperar. Pero en vano, porque también los amigos lo esperaban en “la casa de usted”, que era la casa de ellos.
La gente lo despide: “Nos estamos viendo”, lo cual le parecía una afirmación obvia, pero quieren decirle “Nos volveremos a ver.” Va a visitar a una persona para la que lleva una carta, y le dicen: “Hoy se levanta hasta las diez”. Es decir, no se levanta hasta las diez.
Oye con sorpresa: “Me gusta el chabacano” (el chabacano, aunque no lo parezca, es el albaricoque).
Abre un periódico y encuentra títulos a tres y a cuatro columnas que lo dejan atónito: “Sedicente actuario que comete un atraco” (el actuario es un funcionario publico), “para embargar a una señora actuó como un goriloide” (como un bruto), “Devolverán a la niña Patricia. Parecen estar de acuerdo los padres y los plagiarios” (los plagiarios son los secuestradores). “Boquetearon un comercio y se llevaron 10 000 pesillos”, “Después de balaceados los llevaron presos”, “Se ha establecido que entre los occisos existía amasiato” (es
decir concubinato). Pero el colmo y, además, una afrenta a su sentimiento nacional, le pareció el siguiente: “Diez mil litros de pulque decomisados a unos toreros”. El torero es la destilería clandestina o el expendio clandestino, y torero, como es natural, el que vive del toreo.
Nuestro español se veía en unos apuros tremendos para pronunciar los nombres mexicanos:
Nezahualcoyotl, Popocatepetl, Iztaccihualt, Tlalneplantla y muchos mas que le parecían trabalenguas. Y sobre todo tuvo conflictos mortales con la x. Se burlaron de el cuando pronuncio Meksico, respetando la escritura, y aprendió la lección.
–El domingo voy a ir a Jochimilco.
–No, señor a Sochimilco.
Se desconcertó de nuevo, y como quería ver la tan ponderada representación del Edipo Rey, le dijo al ruletero:
– Al teatro Sola
– .Que no será Shola?
–!Al diablo con la x! Tiene que ir a Necaxa, donde hay una presa de agua, y ya desconfiado dice:
– A Necaja, Necasa o Necasha, como quiera que ustedes digan:
–.Que no será Necaxa, señor?
–¡Oh si, la x también se pronuncia X! no pudo soportar mas y decidió marcharse. Los amigos le dieron una comida de despedida, y se sentaron a su lado, como homenaje, a la mas agraciada de las jóvenes.
Quiso hacerse el simpático, y le dijo con sana intención.
–Señorita, tiene usted cara de vasca.
–¡Mejor se hubiera callado! Ella se puso de pie y se marcho ofendida. La vasca es el vomito, y tener cara de vasca es lo peor que le puede suceder a una mujer y hasta a un hombre.
Nuestro español ya no se atrevía a abrir la boca, y eso que no le paso lo que según cuentan sucede a todo turista que llega a tierra mejicana. Que le advierten en seguido: “Abusado, joven, no deje los velices en la banqueta porque se los vuelan” (abusado, de aguzado, equivale a !ojo!, cuidado, los velices son las maletas, la banqueta es la acera, y se los vuelan, bien se adivina).
Nuestro español lió los petates y busco refugio en mi tierra venezolana. Y aquí comienza el segundo acto de su drama. Ya en el aeropuerto de Maiquetia le dice un chofer:
–Musiu, por seis cachetes le piso la chanquetla y lo pongo en Caracas (musiu es todo extranjero, aunque no precisamente el de lengua española, y su femenino es musiua, los cachetes, que también se llaman carones, lajas, tostones, ojos de buey o duraznos, son los fuertes o monedas de plata de cinco bolívares, la chanquetla, o chola, es el acelerador).
El chofer que lo conduce exclama de pronto:”Se me reventó una tripa”. Se sobresalta, y
efectivamente el automóvil empieza a trastabillar y por fin se detiene. Pero no es tan grave: la tripa reventada es la goma o el neumático del automóvil, y tiene fácil arreglo. El chofer, complacido y campechano, lo tutea en seguida y le invita apegarse unos palos, que es tomarse unos tragos, para lo cual se come una flecha, es decir, entra en un calle contra la dirección prescrita.
Nuestro turista llega finalmente a Caracas y comienzan sus nuevas desazones con los nombres de las frutas, de las comidas, de las monedas. Oye que una señora le dice a su criada.
–Cojeme ese flux, póngalo en ese coroto y guíndelo en el escaparate (el flux es el traje, un cocoto es cualquier objeto, en este caso percha, guindar es colgar, y el escaparate es el guardarropa o ropero).
A nuestro amigo español lo invitan a comer y se presenta a la una de la tarde con una gran sorpresa de los anfitriones, que lo esperaban a las ocho de la noche (en Venezuela la comida es la cena). Le dice a una muchacha. “Es usted muy mona”, y se lo toma a mal. Mona es presumida, afectada, melindrosa. Escucha, y a cada rato se sorprende: “Esta cayendo un palo de agua”, “Fulano del tal pronuncio un palo de discurso”, “Mengano escribió un palo de libro”, “Sotano es un palo de hombre”, y el colmo, como elogio supremo: “¡Que palo de hombre es esa mujer”!
Pero lo que lo saco de quicio fue alguien, que presumía de amigo, se le acercara y le dijera con voz suave e insinuante:
–Le exijo que me preste cien bolívares.
–Si me lo exige usted –exclamó colérico—no le presto ni una perra chica.
Si me lo ruega, lo pensaré.
No hay que ponerse bravo. El exigir venezolano equivale a “rogar encarecidamente” (el pedir se considera propio de mendigos, y la exigencia es un ruego cortes). Además, le sacaron de quicio las galletas, mas propiamente las galletas del trafico (los tapones de Puerto Rico), las prolongadas y odiosas congestiones de vehículos (el engalletamiento caraqueno puede alcanzar proporciones pavorosas). Y como le dijeron que en Colombia se habla el mejor castellano de America, y hasta del mundo, allá se dirigió de cabeza.
Por las calles de Bogota le sorprenden enseguida los gamines o chinos, los pobres niños
desarrapados. Y la profusión de parqueaderos, donde paquean los carros, es decir, estacionan los automóviles y las loncherías y las salsamentarías, mezcla de salchichonerías y reposterías, indudablemente de origen italiano. Le ofrecen unos bocadillos y se encuentra con unos dulces secos de guayaba. Llaman monas a las mujeres rubias, aunque sean más feas que tropezón en noche oscura. Pide tinto y le dan, no el esperado vaso de vino, sino un café negro. O bien le ofrecen un perico, que es un pequeño café con leche (el marroncito de Venezuela, el cortado de Madrid). Quiere entrar en una oficina, y golpea discretamente con los nudillos. Le contestan.
- Siga nomás.
Se marcha muy amoscado, pero salen diligentemente a su encuentro. Siga nomás significa “pase, adelante”. Un alto personaje se excusa debidamente: “Estoy algo embolatado con el trabajo” (enredado, hecho un lío). Para limpiarse los zapatos tiene que recurrir no a un bolero como en Méjico, sino a un embolador, que se los embola por cincuenta centavos. La gente dice a cada paso, con la mas absoluta inocencia: “Fulano o fulana, no me quiere hacer la bola” (es decir, no me presta atención). Y oye de continuo revolotear alas: “!Ala, como estas!”, “Ala, pero vos sos bobo”.
Una señora envía a otra, saludos. Y unas amigas se despiden: “Que me pienses” “¡Piénsame!”. Habla de un niño, y explica: “Era así de alto” (pone la mano horizontal a la altura del pecho). Pero les molesta, porque de ese modo se habla de un animal. Para especificar la altura de una persona hay que extender la palma de la mano vertical, pero de canto. En Méjico creo que se llega en este terreno a una mayor sutileza.
No tiene suerte en Bogota, a pesar de que la gente es servicial, y dándose por perdido decide irse a Buenos Aires donde es fama universal que se habla el peor castellano del mundo…
VII. Pelea con el moreno
188
De carta de más me vía
Sin saber a donde dirme;
Mas dijeron que era vago
Y entraron a perseguirme.
189
Nunca se achican los males,
Van poco a poco creciendo,
Y ansina me vide pronto
Obligado a andar juyendo.
190
No tenía mujer ni rancho
Y a más, era resertor;
No tenía una prenda güena
Ni un peso en el tirador
191
A mis hijos infelices
Pensé volverlos a hallar,
Y andaba de un lao al otro
Sin tener ni qué pitar.
192
Supe una vez por desgracia
Que había un baile por allí,
Y medio desesperao
A ver la milonga fui.
193
Riunidos al pericón
Tantos amigos hallé,
Que alegre de verme entre ellos
Esa noche me apedé.
194
Como nunca, en la ocasión
Por peliar me dio la tranca.
Y la emprendí con un negro
Que trujo una negra en ancas.
195
Al ver llegar la morena,
Que no hacía caso de naides,
Le dije con la mamúa:
Va...ca...yendo gente al baile.
196
La negra entendió la cosa
Y no tardó en contestarme,
Mirándome como a un perro:
Más vaca será su madre.
197
Y dentró al baile muy tiesa
Con más cola que una zorra,
Haciendo blanquiar los dientes
Lo mesmo que mazamorra.
198
!Negra linda!... dije yo.
Me gusta... pa la carona;
Y me puse a champurriar
Esta coplita fregona:
199
A los blancos hizo Dios,
A los mulatos San Pedro,
A los negros hizo el diablo
Para tizón del infierno.
200
Había estao juntando rabia
El moreno dende ajuera;
En lo escuro le brillaban
Los ojos como linterna.
201
Lo conocí retobao,
Me acerqué y le dije presto:
Po...r...rudo que un hombre sea
Nunca se enoja por esto.
202
Corcovió el de los tamangos
Y creyéndose muy fijo:
¡Más porrudo serás vos,
Gaucho rotoso!, me dijo.
203
Y ya se me vino al humo
Como a buscarme la hebra,
Y un golpe le acomodé
Con el porrón de ginebra.
204
Ahi nomás pegó el de hollín
Mas gruñidos que un chanchito,
Y pelando el envenao
Me atropelló dando gritos.
205
Pegué un brinco y abrí cancha
Diciéndoles: Caballeros,
Dejen venir ese toro.
Solo nací... solo muero.
206
El negro, después del golpe,
Se había el poncho refalao
Y dijo: Vas a saber
Si es solo o acompañado.
207
Y mientras se arremangó,
Yo me saqué las espuelas,
Pues malicié que aquel tío
No era de arriar con las riendas.
208
No hay cosa como el peligro
Pa refrescar un mamao;
Hasta la vista se aclara
Por mucho que haiga chupao.
209
El negro me atropelló
Como a quererme comer;
Me hizo dos tiros seguidos
Y los dos le abarajé.
210
Yo tenía un facón con S,
Que era de lima de acero;
Le hice un tiro, lo quitó
Y vino ciego el moreno;
211
Y en el medio de las aspas
Un planazo le asenté,
Que lo largué culebriando
Lo mesmo que buscapié.
212
Le coloriaron las motas
Con la sangre de la herida,
Y volvió a venir jurioso
Como una tigra parida.
213
Y ya me hizo relumbrar
Por los ojos el cuchillo,
Alcanzando con la punta
A cortarme en un carrillo.
214
Me hirvió la sangre en las venas
Y me le afirmé al moreno,
Dándole de punta y hacha
Pa dejar un diablo menos.
215
Por fin en una topada
En el cuchillo lo alcé,
Y como un saco de güesos
Contra un cerco lo largué.
216
Tiró unas cuantas patadas
Y ya cantó pal carnero:
Nunca me puedo olvidar
De la agonía de aquel negro.
217
En esto la negra vino
Con los ojos como ají
Y empezó la pobre allí
A bramar como una loba.
Yo quise darle una soba
A ver si la hacía callar,
Mas pude reflesionar
Que era malo en aquel punto,
Y por respeto al dijunto
No la quise castigar.
218
Limpié el facón en los pastos,
Desaté mi redomón,
Monté despacio y salí
Al tranco pa el cañadón.
219
Después supe que al finao
Ni siquiera lo velaron,
Y retobao en un cuero,
Sin rezarle lo enterraron.
220
Y dicen que dende entonces,
Cuando es la noche serena
Suele verse una luz mala
Como de alma que anda en pena.
221
Yo tengo intención a veces,
para que no pene tanto,
De sacar de allí los güesos
Y echarlos al camposanto.
De carta de más me vía
Sin saber a donde dirme;
Mas dijeron que era vago
Y entraron a perseguirme.
189
Nunca se achican los males,
Van poco a poco creciendo,
Y ansina me vide pronto
Obligado a andar juyendo.
190
No tenía mujer ni rancho
Y a más, era resertor;
No tenía una prenda güena
Ni un peso en el tirador
191
A mis hijos infelices
Pensé volverlos a hallar,
Y andaba de un lao al otro
Sin tener ni qué pitar.
192
Supe una vez por desgracia
Que había un baile por allí,
Y medio desesperao
A ver la milonga fui.
193
Riunidos al pericón
Tantos amigos hallé,
Que alegre de verme entre ellos
Esa noche me apedé.
194
Como nunca, en la ocasión
Por peliar me dio la tranca.
Y la emprendí con un negro
Que trujo una negra en ancas.
195
Al ver llegar la morena,
Que no hacía caso de naides,
Le dije con la mamúa:
Va...ca...yendo gente al baile.
196
La negra entendió la cosa
Y no tardó en contestarme,
Mirándome como a un perro:
Más vaca será su madre.
197
Y dentró al baile muy tiesa
Con más cola que una zorra,
Haciendo blanquiar los dientes
Lo mesmo que mazamorra.
198
!Negra linda!... dije yo.
Me gusta... pa la carona;
Y me puse a champurriar
Esta coplita fregona:
199
A los blancos hizo Dios,
A los mulatos San Pedro,
A los negros hizo el diablo
Para tizón del infierno.
200
Había estao juntando rabia
El moreno dende ajuera;
En lo escuro le brillaban
Los ojos como linterna.
201
Lo conocí retobao,
Me acerqué y le dije presto:
Po...r...rudo que un hombre sea
Nunca se enoja por esto.
202
Corcovió el de los tamangos
Y creyéndose muy fijo:
¡Más porrudo serás vos,
Gaucho rotoso!, me dijo.
203
Y ya se me vino al humo
Como a buscarme la hebra,
Y un golpe le acomodé
Con el porrón de ginebra.
204
Ahi nomás pegó el de hollín
Mas gruñidos que un chanchito,
Y pelando el envenao
Me atropelló dando gritos.
205
Pegué un brinco y abrí cancha
Diciéndoles: Caballeros,
Dejen venir ese toro.
Solo nací... solo muero.
206
El negro, después del golpe,
Se había el poncho refalao
Y dijo: Vas a saber
Si es solo o acompañado.
207
Y mientras se arremangó,
Yo me saqué las espuelas,
Pues malicié que aquel tío
No era de arriar con las riendas.
208
No hay cosa como el peligro
Pa refrescar un mamao;
Hasta la vista se aclara
Por mucho que haiga chupao.
209
El negro me atropelló
Como a quererme comer;
Me hizo dos tiros seguidos
Y los dos le abarajé.
210
Yo tenía un facón con S,
Que era de lima de acero;
Le hice un tiro, lo quitó
Y vino ciego el moreno;
211
Y en el medio de las aspas
Un planazo le asenté,
Que lo largué culebriando
Lo mesmo que buscapié.
212
Le coloriaron las motas
Con la sangre de la herida,
Y volvió a venir jurioso
Como una tigra parida.
213
Y ya me hizo relumbrar
Por los ojos el cuchillo,
Alcanzando con la punta
A cortarme en un carrillo.
214
Me hirvió la sangre en las venas
Y me le afirmé al moreno,
Dándole de punta y hacha
Pa dejar un diablo menos.
215
Por fin en una topada
En el cuchillo lo alcé,
Y como un saco de güesos
Contra un cerco lo largué.
216
Tiró unas cuantas patadas
Y ya cantó pal carnero:
Nunca me puedo olvidar
De la agonía de aquel negro.
217
En esto la negra vino
Con los ojos como ají
Y empezó la pobre allí
A bramar como una loba.
Yo quise darle una soba
A ver si la hacía callar,
Mas pude reflesionar
Que era malo en aquel punto,
Y por respeto al dijunto
No la quise castigar.
218
Limpié el facón en los pastos,
Desaté mi redomón,
Monté despacio y salí
Al tranco pa el cañadón.
219
Después supe que al finao
Ni siquiera lo velaron,
Y retobao en un cuero,
Sin rezarle lo enterraron.
220
Y dicen que dende entonces,
Cuando es la noche serena
Suele verse una luz mala
Como de alma que anda en pena.
221
Yo tengo intención a veces,
para que no pene tanto,
De sacar de allí los güesos
Y echarlos al camposanto.
“El gaucho Martín Fierro”
José Hernández (Argentino)